Si hay algo que no le gusta a la comunidad aventurera es que se le intente colar gato por liebre. Durante muchos años la palabra «híbrido» o «aventura de acción» ha sido causante de virulentas urticarias en las delicadas sensibilidades de los jugadores de aventuras gráficas, que hemos visto amenazada la esencia del género que tantas alegrías nos ha dado con elementos extraños, embutidos más con propósitos comerciales que cualitativos.

Aquellas excusas que se nos daban cuando intentaban vendernos aquellos engendros, han acabado refutadas como merecían y ahora ya nadie se cree aquello de que «la aventura está de capa caída y necesita mezclarse con otros géneros de más tirón para subsistir» sino más bien que, aunque no es un género apto para todos los públicos, arrastra tras de sí a un firme espectro de fieles jugadores y compradores.

Demasiado tiempo se ha tomado el mercado para hallar estas conclusiones, y aunque sigue habiendo muchos que subestiman (o menosprecian) la aventura gráfica como negocio rentable, en la actualidad la perspectiva ha cambiado bastante a nuestro favor, cosa que podemos considerar toda una victoria en esta permanente batalla.

Como se suele decir, para comprender el presente hace falta conocer el pasado y para ello hay que remontarse a las derrotas y errores del mismo, que a menudo contienen las claves del éxito o del fracaso del futuro. Por eso hay que echar la vista atrás de vez en cuando y ejercitar la memoria, como estamos haciendo con nuestra serie de artículos Presuntamente desaparecidos donde, con la ayuda de quienes los vivieron en primera persona, os desgranamos los más sonados proyectos frustrados de los últimos años.

En nuestra retrospectiva no podíamos olvidar a LucasArts, desde la que se empezaron a oír las campanas de cambio a principios de la presente década; la que durante muchos años fue máximo exponente aventurero se enfrentaba a una fuga de talentos con el reto de la masificación de las consolas pisándoles los talones. Se imponía una metamorfosis que no se supo bregar con el tiento necesario y que acabó resolviéndose de un plumazo que exterminó todo aquello que tenía un mínimo aroma aventurero. Una de las víctimas de aquel descontrol fue la querida licencia Full Throttle, de la que trata esta segunda parte de nuestro artículo que explica cómo estaban los ánimos por el Rancho Skywalker en aquella época, cómo y porqué se produjo la crisis que se zanjó con un sonado testarazo doble como todos ya sabemos, cuyas secuelas aún se pueden notar en la compañía californiana que ha bajado sustancialmente su peso en el panorama del videojuego.

Gracias al testimonio único de Bill Tiller conoceremos pormenores acerca de la historia que no conocíamos hasta la fecha, así como detalles de la jugabilidad y de la definición de aquel juego de disperso género. Aparte, podréis apreciar arte conceptual nunca antes visto, del que amablemente nos ha provisto Tiller, y que sin duda merece la pena admirar.

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