Introducción

Antes de empezar con el análisis de Bud Tucker in Double Trouble, conviene repasar mentalmente, sin pormenorizar, el mercado de la aventura gráfica del momento. En 1996, en lo que podría considerarse como el ocaso dorado de las aventuras gráficas, aparecía The Dig, calificado acertadamente por algunos como brillante epílogo de los juegos VGA, y Broken Sword sorprendía con su estilo innovador. Sólo un año más tarde, LucasArts lanzaría la que fue su última aventura gráfica en dos dimensiones, The Curse of Monkey Island, de una calidad, en opinión de este redactor, no reeditada hasta hoy, y Virgin publicaría en España el delicioso Blade Runner de Westwood. El género estaba evolucionando. Y aunque a 1997 siguiera un largo periodo en el que la producción de aventuras gráficas disminuyó notablemente, lo cierto es que la cosecha de aquel año puede calificarse, sin exagerar, de irrepetible.

El título que nos ocupa llegó a nuestro país en ese crepúsculo de oro del género. Fue el único intento en el mundo de la aventura gráfica de Merit Studios, una compañía extinta sin ningún trabajo remarcable en su historial. Y a decir verdad, no es de extrañar que Bud Tucker pasara completamente desapercibido y no forme parte habitual del bagaje de un aventurero sólido. Tanto es así que, salvando los escasísimos curiosos que le dieron una oportunidad a este título cuando fue lanzado, la mayor parte del reducido número de jugadores que lo conocen lo han hecho las veces que se ha regalado con alguna revista. En 1996, Bud Tucker llegaba con la intención de aprovecharse de los últimos coletazos del SCUMM, pero no conseguía ofrecer razones de peso como para que un público que había crecido en lo mejor de los noventa apartase la mirada de las nuevas joyas que revolucionaban las estanterías de los Centro Mail.

Argumento

Bud Tucker es un joven repartidor de pizzas que, calcando a Marty McFly en Regreso al Futuro, conoce a un viejo científico que vive en las afueras de Barryville, un pueblo cualquiera situado en un lugar aleatorio de occidente. Cuando el profesor avisa a Bud para que le acompañe en la ignición de un invento revolucionario capaz de duplicar objetos, irrumpe en escena Dick Tate, un villano local, con la pretensión de hacerse con el aparato y destinarlo a sus fines de dominación mundial, raptando también al profesor para que le suministre la información técnica necesaria. La misión de Bud consistirá, lógicamente, en encontrar y liberar al profesor para acto seguido paralizar el malvado plan de Tate.

Comentario

La sensación que queda después de dedicarle un rato y bastante condescendencia a Bud Tucker in Double Trouble puede abreviarse en una palabra: pesadez. Quien, seguramente movido por un acto de superación personal o algún tipo de apuesta entre caballeros, decida continuar el juego después de superar los dos primeros escenarios, podrá hablar con conocimiento de causa acerca del hastío. Porque Bud Tucker lo ofrece en generosas porciones. El título trata de heredar, fatua y fallidamente, los elementos maestros de las aventuras míticas de LucasArts. Bajo un interfaz de tipo SCUMM —point & click con una barra inferior de acciones y objetos que ocupa una cuarta parte de la pantalla—, da una apariencia, a los ojos del incauto, de vetustez clásica que puede llevarnos a la confusión de creer que estamos ante una obra interesante. Por suerte —o por desgracia para los que desembolsaran algún dinero por él y quisieran disfrutar de la inversión— los desatinos de Bud Tucker se vuelven evidentes no más tarde de los primeros diez minutos. No nos extrañará, entonces, la oscura frase que, impresa en la caja del juego, se utiliza como reclamo comercial: «mejor juego de aventuras premiado por la revista líder en el sector», ¿puede una formulación semejante augurar un buen destino? Los pocos que así lo creyeran afinarán su olfato adquisitivo para la próxima vez.

El apartado gráfico es lo primero de Bud Tucker que nos ofenderá. Es, sin buscar adjetivos más complejos, malo. Y buscándolos, lamentable. Cuando uno mira la contraportada del juego y echa un vistazo a las viñetas que ilustran la sinopsis, comete la ingenuidad de pensar que se enfrentará a un entorno visual similar al de El día del tentáculo, rezumante de humor y colores atractivos: nada más lejos de la realidad. Si bien querer poner a la altura de El día del tentáculo cualquier juego nos llevará por lo general a mantener en el pódium, imbatido, al ars summum de Dave Grossman y Tim Schafer, en esta ocasión nuestra decepción será mayúscula. El estándar VGA, con sus evidentes limitaciones, ha dejado para la posteridad atmósferas inolvidables y personajes de un carisma único. En Bud Tucker, no obstante, encontraremos escenarios cuadrados y anodinos, plagados, eso sí, de detalles innecesarios que parecen sacados de las viñetas de un Ibáñez drogado, que recorreremos sin más sorpresa que la de encontrar algún innecesario —por horrendo— intento de simpatía visual. Además, debido a la nula profundidad de los espacios, que cuentan únicamente con un nivel de exagerado tamaño, los personajes (de diseño grotesco y burdo, carentes de toda originalidad, y cuyos movimientos —las pocas veces que los tienen— están compuestos por unos escasos frames que apenas los dotan de vida) se presentan a una escala demasiado abultada y, quizás salvo para miopes terminales, molesta.

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