No son pocos los popes de la aventura gráfica que han vuelto a la palestra como hijos pródigos al albur del éxito cosechado por Tim Schafer allá por 2012 con su campaña de crowdfunding. Al líder creativo de Double Fine le supuso además de un suculento refrendo económico, notoriedad internacional más allá del ámbito del videojuego y casi tres años después puede ostentar con orgullo, además de la mitad de un juego que se acabará para el entrante 2015 (o a lo mejor para el 2016, despacito y con buena letra), la honra de haber compartido techo con los más altos dignatarios de nuestra era y un toisón de oro al cuello. Muchos diseñadores de los noventa han tratado de imitar su fórmula desde entonces, siendo el caso más reciente el del sesteante Ron Gilbert, que ha despertado de su letargo para recaudar seiscientos veinticinco mil dólares por su Thimbleweed Park, aún no sabemos con qué oscuro anhelo nobiliario.

Pero no todo es glamour, notoriedad y ágapes de alto standing en el star system de los popes. Con frecuencia olvidamos a los que también fueron partícipes del éxito que ellos están explotando y que ahora tratan de salir adelante, eclipsados por el fulgor de los que alcanzaron la fama. Es el caso de Richard Vargas Wilmunder, primo del archiconocido Aric Wilmunder y eslabón perdido en el entramado de sueños que convirtió a LucasArts en la máquina de hacer aristócratas que, aún habiendo sido desmantelada, sigue siendo hoy. Tras años de silencio, Richard quiere reclamar finalmente su merecida parte del pastel, y pretende poner en marcha una campaña que restaure su figura histórica y su deteriorada dieta. Nos cita en la madrileña Glorieta de Embajadores para darnos un adelanto de sus planes en lo que espera «a un amigo que va a venir a buscarle en coche».

La historia de Vargas Wilmunder comienza en los ochenta, cuando la semilla de Lucasfilm aun estaba por germinar: «Yo era un garbanzo negro en la familia, pero desde que eramos zagales mi primo y yo nos llevábamos muy bien. De chavales siempre se quería juntar conmigo, aunque su madre no le dejaba. Cuando nos fuimos haciendo mayores, atrochamos cada uno por su lado: a él se le daban muy bien los estudios, tenía buen coco el niño, pero lo mío era más la acción, soy más de campo». A pesar de los diferentes caminos escogidos, la relación de los primos no se deterioró, sino más bien al contrario, como recuerda con pasmoso lujo de detalles: «Yo tenía por aquel entonces una motillo trucada e iba a buscarle a la salida del Rancho ese, que estaba en un descamapao entonces. Le acabé jodiendo la suspensión a la moto. Nos íbamos a tomar unos botijos, de farra por ahí, lo típico... Con el tiempo se fue apuntando más gente. Al final hicimos una buena cuadrilla. ¡Vaya parranderos! —exclama con afectada nostalgia—». «Ahí estaba mi primo; el David Fors, que era un cachondo mental y cuando se chispaba se arrancaba con algún fandango valiente; el Noah que tenía mucha labia y siempre se trajinaba a alguna con esa melenita que me traía; y el Ron, que era una lima, siempre preguntando si te ibas a comer la tapa. Unos piezas todos, vaya». A pesar de no haber sido parte del famoso staff de la empresa, Richard estaba muy integrado en el grupo, tanto es así que incluso llego a conocer al mismísimo George Lucas. «Sí, sí, a veces se bajaba con nosotros, pero era un tío muy callado, siempre se quedaba ahí esquinao con el quinto en la mano y no se arrimaba al corrillo. Nunca se quedaba hasta tarde. Cuando se iba les decía a estos: "¡Chisst! ¡No hagáis juegos de Star Wars!". Nos reíamos todos y pagaba la ronda. Me quería mucho a mí... Hay que ver lo que cambia la gente. ¡Hay que ver!».

Pero la relación de Vargas Wilmunder con el dream team de Lucasfilm no queda en juergas de rupestre afterwork: «Recuerdo un viernes que fui a buscar a mi primo y tardaba en salir... Empecé a tocar la bocina a ver si espabilaban y me salió por la ventana a decirme: "hoy no bajo, que estoy liao". Ahí ya me crispé y subí a ver qué pasaba, y estaban todos con cara de entierro: "que no podemos, que estamos haciendo el SCUMM, que esto no hay quien lo saque". Pues nada, en esto que me arremangué y en veinte minutos lo tenían acabao y funcionando. Yo no acabé la EGB —dice mostrando su desnuda encía en una mueca que parece una sonrisa de satisfacción—, pero a cabezón no me gana ni mi padre».

El talento de Richard parece fuera de toda duda. Entonces: ¿qué paso? «Me quisieron contratar después de eso. Me decían: "que sí, hombre, que aquí vas a estar de puta madre; que sí, hombre, que vas a ver...", pero yo siempre he sido un espíritu libre, un verso suelto... y nadie me dice lo que tengo que hacer, ni el George Lucas ni el Papa Baitila. Ahora, claro, a toro pasao, si lo llego a saber...». Y es que la azarosa existencia de Richard Vargas Wilmunder dio un giro radical pocos meses después y acabó con sus huesos en el penal, cumpliendo condena: «Eso fue un problema burocrático en una farmacia, con unas recetas de vicodín que me dijeron que no valían o que eran falsas o qué sé yo. La cosa es que me tocaron la moral, y es que tengo muy mal pronto...». Tras saldar su deuda con la sociedad, Vargas decidió poner tierra de por medio y emigró aquí, a la España de sus antepasados. Le habían llegado rumores de que esta era una tierra de oportunidades, donde algunos de sus antiguos compadres habían hecho fortuna. «Yo... la verdad es que me esperaba otra cosa». Tras unos años tanteando el terreno para fundar su start-up de importación/exportación con Marruecos, llegó a una perspicua conclusión: «Esto es una mierda».

Pero la mente de Richard, siempre reinventándose, en constante ebullición, vio en el crowdfunding la solución a sus problemas: «Habré tenido mala cabeza, pero aún me funciona alguna bombilla». Y nos explica: «Se ve que los ochenta vuelven, mucho pirsel, mucho chiztune, mucha historia... Pues yo lo que ofrezco es una Verdadera Ersperiencia, sin trampa ni cartón. Nada de simulación. Tú me invitas a un bocata y yo te voy contando cómo fue eso, de tú a tú, a la cara, en primera persona, así va la movida». Vargas Wilmunder, con su innovadora visión del crowdfunding directo, ofrece todo su anecdotario a cambio de diversas contribuciones. «La idea —concluye— es conseguir un buen montao de lomo-queso, pero también te cuento algo por una caña con pincho o por un cigarro, que es el único vicio que tengo«. Así pues, si queréis recuperar la autenticidad de la época dorada de la aventura gráfica con uno de sus más desconocidos artífices como protagonista, buscad a Richard Vargas Wilmunder y sed generosos. No esperéis que os encuentre él, «porque va a ser peor». Será como abrir un cajón y encontraros al protagonista de una película perdida de Eloy de la Iglesia en sorprendente estado de conservación.